05 abril, 2015

LA FELICIDAD NO VA INCLUIDA EN EL PRECIO

Después del accidente de avión en los Alpes de la semana pasada y el ataque a la Universidad de Garissa (Kenia), otra nueva noticia ha surgido en los tabloides internacionales sobre la inquietante tendencia de los médicos estadounidenses a suicidarse (alrededor de 400 cada año), sugiriendo que el sistema que nos atiende a nosotros no está adecuadamente cuidando de sí mismo.
Según un estudio publicado en el Journal of the American Medical Association (JAMA) en 2005, los profesionales médicos hombres se suicidan un 70% más que la población general, mientras que las profesionales médicas lo hacen en un 250-400 % más, afectando en mayor medida a los estudiantes y residentes de medicina. No existe evidencia disponible sobre las causas que inducen a estas tendencias – tal vez las largas horas de trabajo, pocas vacaciones, las constantes batallas con las aseguradoras, la gran carga emocional que tienen que soportar y el estrés son algunas de ellas–, pero los dos grandes factores de riesgo son: (1) la depresión, ansiedad u otros problemas mentales y (2) la capacidad y acceso a medios para terminar con éxito sus vidas, frecuentemente por el consumo de medicamentos o alcohol. Alrededor del 9 por ciento de la población de Estados Unidos sufre de un trastorno por consumo abusivo de alcohol o por consumo de sustancias. Entre los médicos, esa cifra es de entre 10 a 15 por ciento.
Las consecuencias de estas muertes no sólo repercuten en las familias de estos/as médicos/as, sino en los 2.300 pacientes de promedio anual que atienden, llegando a significar que casi un millón de estadounidenses pierden a sus médicos por suicidio al año.
Tras los médicos, existen otras profesiones donde, pese a estar bien remuneradas, en su mayoría, la desmotivación, el estrés o las presiones económicas provocan que se sitúen entre el “top 10" de las más propensas a este fenómeno: dentistas, "brokers”, abogados, policías, agentes inmobiliarios, electricistas, agricultores, farmacéuticos y científicos. Parece, entonces, que el dinero no da la felicidad, como algunas personas piensan.
El término desmotivación (en inglés, “burnout”) fue acuñado por Herbert Freudenberger en 1974, definiéndolo como el “colapso físico o mental causado por el exceso de trabajo o el estrés”. Ésta es una condición universal y sus manifestaciones son diversas. Existen diferentes maneras de tratarla, sin embargo, en la mayoría de los países no existe una legislación específica frente a los efectos del estrés en el trabajo. La mayoría de los países tienen normas centradas en los aspectos físicos del lugar de trabajo y no incluyen explícitamente los aspectos psicológicos y/o de salud mental de las condiciones de trabajo, aunque algunos países ya han aplicado medidas para reducir y prevenir el agotamiento, como Francia que implanto una semana laboral de 35 horas o Reino Unido y Alemania donde se han llevado campañas de sensibilización y educación a los/as directivos/as, pues son ellos los que deben prestar atención al nivel de motivación del personal, cambios en el ambiente de trabajo y evaluar el impacto de los procedimientos. No obstante, estas campañas sólo contemplan aquellos casos que han sido notificados. Algunos de los países con mayores tasas de suicidio, como Corea del Sur, Japón o China, no tienen ninguna política al respecto, excepto la introducción del término para el suicidio por el exceso de trabajo en su vocabulario, si es que puede considerarse como política.
Con tanto en juego, ¿a qué esperamos para implementar intervenciones efectivas y basadas en la evidencia que prevengan los suicidios e intentos de suicidios a nivel tanto individual como poblacional? Esta alarmante tendencia parece más urgente que nunca, sobre todo porque el número de eventos registrados continúan creciendo. De hecho, se estima que para el año 2020, 1,5 millones de personas (casi el doble que en la actualidad) morirán anualmente por suicidio, siendo entre 15-20 millones de personas las que lo intentarán. Las reformas de salud no están contemplando las graves consecuencias que las enfermedades mentales pueden acarrear en la economía o calidad de vida de las personas, por ello siguen siendo un desafío a nivel mundial.
Tasa de suicidio (por 100000 personas) estandarizada por edad, según sexo, 2012




- P. HERNÁNDEZ

DESIGUALDAD, DESIGUAL VS DIGNIDAD HUMANA

En el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), encontramos las siguientes definiciones: desigualdad (cualidad de desigual) y desigual (que no es igual). En base a otras fuentes, se describe la dignidad humana como el derecho que tiene cada ser humano de ser respetado y valorado como ser individual y social, con sus características y condiciones  particulares, por el solo hecho de ser persona. Ejemplo de lo contrario es la desigualdad social, los abusos del poder ó el holocausto. Este último hizo que se dictara la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, que declaró a todos los seres humanos como iguales y libres en sus derechos y en su dignidad.
Cada uno pertenece a una determinada raza, sexo, religión; posee una ideologíanacionalidad, determinados rasgos físicos, un cierto coeficiente intelectual, más o menos habilidad física, mucho o poco dinero, y un aspecto que puede o no coincidir con el ideal de belleza; puede padecerse algún problema de salud, que impida algunas acciones, pero, en esencia, todos somos iguales como sujetos de derechos, y aquellos con menores posibilidades deben ser ayudados por el Estado para que tengan igualdad de oportunidades. Se oponen a la dignidad humana, los tratos humillantes, indecorosos, discriminatorios, la violencia, la desigualdad legal y jurídica.
Con motivo del día internacional de la mujer, los periódicos nacionales llenaban sus portadas con el tema de igualdad/desigualdad, lo que motivo a que hiciera una revisión de las diversas batallas que tal vez pasan desapercibidas por los lectores de 20 minutos o de otros tipos de prensa, respecto a los temas en cuestión. La síntesis responde al siguiente formato: fecha de publicación seguida entre paréntesis del título, así tenemos que el 20 de febrero (“la única manera de convivir es en igualdad”, “programa machista” y “muchos kilos y cero complejos”), en el mes de marzo: día 6 (“conciliar, repartir tareas, romper el techo de cristal” y “la marcha de Luther”), día 9  (“dignidad?, que se lo pregunten a Dios” y “la igualdad salarial en UE no llegará hasta 2084”), día 10 (“juez reconoce los derechos laborales de las prostitutas”, “libertad, tan importante como igualdad” y “posibilidades laborales a partir de los 40”), día 11 (“nos están negando el tratamiento hormonal”, “Francia debate sedar a los pacientes en cuidados paliativos” y “el drama de la violencia machista”).


Día 12 (“un profesor gay de un concertado denuncia trato “humillante””), día 17 (“un subsahariano se querella contra la Guardia Civil” y “las universidades públicas destacan en investigación y las privadas en docencia”), día 18 (“disparo al atracador de su vivienda” y “discriminado por su discapacidad”) y día 20 (“los españoles, por debajo de los europeos en nivel de satisfacción”). Si hubiese seguido revisando, ciertamente que la lista sería infinita, pero por algún lado hay que parar.  
Todas estas y otras desigualdades van en detrimento de la dignidad humana, realzada por la declaración de 1948 y que todavía a 67 años faltan muchos, sí, muchísimos ajustes que hacer. Como seres dignos  y valiosos somos merecedores del derecho a la vida, a la libertad (salvo si se ha cometido un delito), a la educación y a la cultura, al trabajo, a poseer una vivienda, a constituir una familia, tener alimentación saludable y recreación. Debemos poder elegir nuestro destino, nuestra vocación, nuestras ideas, con el único límite del respeto a la dignidad de los demás.
Yo, ya he puesto mi granito de arena, junto al de ustedes podremos llegar a terminar esta edificación de conciencia entre nuestros gobiernos y nuestros conciudadanos.
MANUEL GIL, MD

03 abril, 2015

GUERRA A LAS GRASAS TRANS

Las grasas trans, también llamadas grasas vegetales hidrogenadas, aparecen de forma natural en pequeñas cantidades en la carne de cerdo y cordero, en la leche y la  mantequilla. De manera artificial las consumimos en bollería industrial, comida rápida, fritos, galletas, palomitas de maíz para microondas, patatas fritas de bolsa o pizza congelada entre otros. La industria las emplea porque son muy baratas y le otorgan a estos productos una apariencia más apetecible y mayor durabilidad.
Los efectos perjudiciales de estas grasas van desde aumentar el llamado colesterol malo, con el consiguiente aumento del riesgo de padecer enfermedad cardiovascular, hasta la afectación de la formación  de hormonas o de aumentar el riesgo de padecer diabetes.
La OMS asocia un consumo superior al 2% de la ingesta diaria con un aumento del 25% de sufrir enfermedad coronaria, y cifra el límite superior recomendado en un 1%. En España, el consumo de grasas trans es del 0,7% de la energía ingerida, por debajo del límite establecido. Este límite se está cuestionando, ya que puede haber colectivos como adolescentes o grupos desfavorecidos que ingieran en forma de grasas trans hasta el 6% de la ingesta diaria.  
Países pioneros en la prohibición de la utilización de grasas trans han sido Suiza, Dinamarca y Argentina. En Dinamarca los esfuerzos realizados han hecho que el consumo baje de un 6% a un 1% en la actualidad y se cree que está asociado con el descenso del 50% de muertes por causa cardiovascular.
Nueva York fue la primera ciudad en EEUU en declararle la guerra a las grasas trans. Realizaron una campaña en 2005 para reducir el consumo de grasas trans y pedía a los dueños de restaurantes  eliminarlas de su oferta de manera voluntaria. Este programa no tuvo éxito y en 2006 se votó para prohibir su utilización en restaurantes. 


Según un artículo del British Medical Journal publicado en 2011, la prohibición de las grasas trans supondría reducir la ingesta poblacional en un 0,5%, lo que equivaldría a reducir el riesgo relativo del 6% de fallecer por muerte cardiovascular. Esto se traduciría en la prevención de 2.700 muertes al año en la población de Inglaterra y Gales, suponiendo un importante ahorro del gasto sanitario. Los autores concluyen que la relación coste-beneficio de esta medida es incuestionable.
En España, actualmente no existe regulación sobre el uso de estas grasas, sólo una recomendación de las autoridades sanitarias a las empresas para que minimicen su uso, ni siquiera están obligadas a informar en la etiqueta de la presencia de éstas. Nuestro Ministerio de Sanidad confía en el buen hacer de la industria.
Considero que se debería seguir el principio de precaución, y ante la sospecha de los efectos perjudiciales de las grasas trans establecer su prohibición en nuestro país.
ANA