03 abril, 2015

GUERRA A LAS GRASAS TRANS

Las grasas trans, también llamadas grasas vegetales hidrogenadas, aparecen de forma natural en pequeñas cantidades en la carne de cerdo y cordero, en la leche y la  mantequilla. De manera artificial las consumimos en bollería industrial, comida rápida, fritos, galletas, palomitas de maíz para microondas, patatas fritas de bolsa o pizza congelada entre otros. La industria las emplea porque son muy baratas y le otorgan a estos productos una apariencia más apetecible y mayor durabilidad.
Los efectos perjudiciales de estas grasas van desde aumentar el llamado colesterol malo, con el consiguiente aumento del riesgo de padecer enfermedad cardiovascular, hasta la afectación de la formación  de hormonas o de aumentar el riesgo de padecer diabetes.
La OMS asocia un consumo superior al 2% de la ingesta diaria con un aumento del 25% de sufrir enfermedad coronaria, y cifra el límite superior recomendado en un 1%. En España, el consumo de grasas trans es del 0,7% de la energía ingerida, por debajo del límite establecido. Este límite se está cuestionando, ya que puede haber colectivos como adolescentes o grupos desfavorecidos que ingieran en forma de grasas trans hasta el 6% de la ingesta diaria.  
Países pioneros en la prohibición de la utilización de grasas trans han sido Suiza, Dinamarca y Argentina. En Dinamarca los esfuerzos realizados han hecho que el consumo baje de un 6% a un 1% en la actualidad y se cree que está asociado con el descenso del 50% de muertes por causa cardiovascular.
Nueva York fue la primera ciudad en EEUU en declararle la guerra a las grasas trans. Realizaron una campaña en 2005 para reducir el consumo de grasas trans y pedía a los dueños de restaurantes  eliminarlas de su oferta de manera voluntaria. Este programa no tuvo éxito y en 2006 se votó para prohibir su utilización en restaurantes. 


Según un artículo del British Medical Journal publicado en 2011, la prohibición de las grasas trans supondría reducir la ingesta poblacional en un 0,5%, lo que equivaldría a reducir el riesgo relativo del 6% de fallecer por muerte cardiovascular. Esto se traduciría en la prevención de 2.700 muertes al año en la población de Inglaterra y Gales, suponiendo un importante ahorro del gasto sanitario. Los autores concluyen que la relación coste-beneficio de esta medida es incuestionable.
En España, actualmente no existe regulación sobre el uso de estas grasas, sólo una recomendación de las autoridades sanitarias a las empresas para que minimicen su uso, ni siquiera están obligadas a informar en la etiqueta de la presencia de éstas. Nuestro Ministerio de Sanidad confía en el buen hacer de la industria.
Considero que se debería seguir el principio de precaución, y ante la sospecha de los efectos perjudiciales de las grasas trans establecer su prohibición en nuestro país.
ANA

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