21 marzo, 2015

LA VERDAD DE LAS FRONTERAS

¿Alguna vez te has sentido discriminado/a? Poco importa que haya sido en la escuela, en el trabajo, en casa, por la calle o, incluso, en tu centro sanitario debido al color de tu piel, tu condición sexual, tu religión, tu cultura, tu sexo u otras de las múltiples causas por las que diariamente podemos vernos estigmatizados. Todas son igualmente evitables y odiosas; sin embargo, y muy a mi pesar, siguen sucediendo.
Centrándonos en los servicios de salud, la discriminación y el acoso son muy comunes y deben ser erradicados. Las políticas gubernamentales y los/as profesionales sanitarios tienen la responsabilidad de asegurar que el acceso a los recursos no limite la atención básica y preventiva de salud a los miembros de algunos grupos y éstos sean distribuidos de manera justa y equitativa. De igual manera, no deben permitirse que casos como el de Brownie de “racismo institucionalizado”, en el año 2012 en el Sistema Nacional de Salud Inglés (NHS), se repitan.  Los problemas financieros pueden conducir a campañas de intimidación del personal sanitario, donde desafortunadamente, al final, siempre acaban “pagando” los mismos. ¿No es la principal función de las organizaciones sanitarias cuidar a los demás? Quizá deberíamos empezar entonces por los/as trabajadores/as.
Ese mismo año, fue aprobado el Real Decreto Ley 16/2012, en el que se excluye a inmigrantes en situación administrativa irregular. Con estas políticas no es difícil imaginar un futuro en el que los centros sanitarios sean como las entradas y salidas de un aeropuerto, en el que al pasar por un escáner de rayos X de retrodispersión no miren más que el dinero que llevas en los bolsillos. Al fin y al cabo, la mayor causa de desigualdad sigue siendo el nivel socio-económico.
También considero que se deben hacer esfuerzos para abordar las disparidades raciales y étnicas en la salud tanto en la investigación como en el tratamiento y en los programas de educación que afectan a las minorías de manera en mayor medida, puesto que en la mayoría de las encuestas y/o ensayos clínicos realizados no se les incluyen. Para ello, recurriendo a la ética en la profesión, se deben explicar el propósito, riesgos, efectos secundarios y beneficios potenciales de cada estudio antes de que un paciente esté de acuerdo en participar (consentimiento informado). Y si para ello hace falta contratar investigadores/as que tengan un conocimiento o apreciación de la cultura de estas minorías y hablen su idioma, pues se hace. Se está perdiendo mucho conocimiento en el camino y aún queda trabajo por hacer.
Existen ocasiones en las que esta “ayuda” resulte contraproducente, tal y como le ocurrió a Waris Dirie, embajadora de la ONU en la lucha contra la mutilación genital femenina o ablación, en un primera visita a urgencias en Inglaterra. Acudió con un fuerte dolor abdominal y fue examinada por un ginecólogo inglés, el cual decidió llamar a una enfermera/traductora de origen también somalí, Fátima. Como decía, desgraciadamente, ese día no estaba Fátima. En su lugar, un enfermero, Amal, llegó a la sala y en lugar de traducir que Waris debía someterse a una operación urgente, que ellos (los médicos) iban a ayudarla y que había sido increíble el que hubiese aguantado tanto, él le tradujo, en resumidas cuentas, que debería darle vergüenza el haber acudido al hospital.
Fotografía de Edward Fairburn
Debemos olvidar los prejuicios y estereotipos que frecuentemente conducen a la discriminación y dejar, como escribió Manuel Rivas, que esas  líneas imaginarias trazadas un día por un rey chocho o dibujadas en la mesa por los poderosos como quien juega a un póker se vayan difuminando en su propio absurdo porque las fronteras que realmente deben preocuparnos son las fronteras que mantienen a los “pobres” apartados del pastel.  

-P. HERNÁNDEZ

No hay comentarios:

Publicar un comentario